Sunday, January 1, 2012

Gerald Martin comenta la narrativa posrevolucionaria


NARRATIVA POSREVOLUCIONARIA EN CENTROAMERICA
Gerald Martin (Discussant) University of Pittsburgh
Paper prepared for delivery at LASA 1998,
The Palmer House Hilton Hotel Chicago, 25 September 1998

Durante los más de cincuenta años de mi vida, los hombres y mujeres que profesamos alguna identificación con la izquierda en su definición más amplia hemos sufrido una derrota de vastas proporciones que es imposible negar o disfrazar. Cierto, las versiones más flagrantes del colonialismo han desaparecido del planeta y el sexismo y el racismo están, a pesar de todas las contrarrevoluciones pequeñas y grandes, en retirada. Los derechos políticos liberales y legales siguen ampliándose a nuevos sectores sociales y los llamados nuevos movimientos sociales son, sin duda, una válvula de escape real y concreta después de la decadencia de las grandes ideologías partidistas del pasado. Esto, sin duda, es un logro, no del capitalismo sino del socialismo. Pero la justicia económica está más distante que nunca como horizonte real de nuestras esperanzas. El socialismo histórico en todas sus formas ha sido efectivamente extinguido y el capitalismo es más hegemónico a finales del siglo veinte de lo que fue a finales del diecinueve. ¿Quién hubiera profetizado estas realidades a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando yo nací?

Para un profesor de literatura es una cosa frecuente participar en mesas redondas con personas que uno conoce personal y profesionalmente; pero no es cosa de todos los días participar en una mesa redonda en la cual también participan dos personas que uno conoce personalmente y que participan no sólo como ponentes sino como objetos de estudio. Ese es mi caso hoy.

Además: las obras que nos ha tocado discutir son libros literarios, eso sí, pero también son libros autobiográficos, en gran medida testimoniales y, a la vez, profundamente políticos. Peor: testimonian una visión de ciertas experiencias personales y colectivas que de alguna manera cuestionan mi visión personal del mundo y mi experiencia de la vida. Yo creo totalmente en la sinceridad de Erick Blandón y de Mario Roberto Morales pero me resisto a hacer mía en su totalidad la visión de la historia reciente de Nicaragua y de Guatemala que ellos me proponen.

Desgraciadamente no tengo muchas armas morales que blandir… ni muchos argumento históricos para rebatir sus percepciones. En mi país de origen, europeo, primer mundo, no fuimos confrontados con los terribles desafíos y contradicciones que tuvieron que confrontar las generaciones centroamericanas de las décadas del 60 y del 70. Recuerdo con especial nitidez haber leído, allá por el año 75, un libro [Colonialismo y revolución] del guatemalteco Carlos Guzmán-Bockler en el que profetizó que un gran número de los mejores miembros de aquella generación de jóvenes latinoamericanos moriría inevitablemente en los días y años que habían de venir (él mismo no fue uno de ellos…); y recuerdo haber reflexionado que, con toda la simpatía que yo sentía personalmente por la guerrilla latinoamericana de la época, nosotros no estábamos sujetos ni a semejantes peligros ni a semejantes compromisos en aquellos tiempos. Simpatía y solidaridad son una cosa; guerra y muerte son otra. Esta conciencia de una asimetría fundamental ha condicionado todas mis tomas de conciencia y mis tomas de posición en las actividades y actitudes que yo he asumido durante los últimos 25 años. Pero pocas veces como hoy había sido desafiado tan directamente y tan completamente por la intersección de lo personal y lo político, de la literatura y de la historia.

Para completar mi sensación de desamparo e incomodidad, no sólo no he participado de empresas revolucionarias propiamente dichas; tampoco he sido creador literario. Soy un profesor universitario de literatura, un ser sedentario y parasítico condenado aparentemente a la extinción. Lo que sigue no es el canto del cisne sino el lamento del dodo, pájaro que como se sabe, no cantaba ni volaba.

Ahora yo, en mi ingenuidad quizás maquiavélica, me siento derrotado materialmente, si no intelectualmente, por la derecha. Paradojalmente, esta percepción me permite seguir siendo el que fui, si bien con una sensación permanente de desencanto y decepción. Pero los autores de estos libros, los amigos aquí presentes—el caso de Manlio Argueta es diferente y no ha cambiado mucho en los últimos tiempos, con la excepción del giro más subjetivista señalado por Ed Hood--, se sienten traicionados y derrotados por sus “compas” de la izquierda tradicional. Dicha experiencia mina todos los cimientos que nos sostienen en la vida psicológica y moral; y es quizás inevitable convertirse en otro para sobrevivir. Esto, en parte, es el drama íntimo que Vuelo de cuervos (1997) y Los que se fueron por la libre (1998) escenifican.

Llegando al tema, pues, los textos que comentamos son de una notable productividad estética e ideológica y las ponencias han iluminado una serie de temas y problemas que abren un debate importante y trascendental sobre la literatura que aquí se está llamando posrevolucionaria.

Erick Blandón es un escritor afortunado. Después de componer una novela rigurosamente posmodernista sobre el proceso de los sandinistas en el poder, divertida y macabra a la vez, ha encontrado su lectora y critica ideal en Sylvia Torres, cuyo estudio a la vez delicada y analítica lo contextualiza y lo explica de una manera que yo me atrevo a calificar de ejemplar. Ella enseña cómo la novela alega que el pecado original de los comandantes sandinistas fue la soberbia cuyo máximo ejemplo fue la política de reasentamiento de los grupos misquitos llevada a cabo pocos años después de la victoria del 79, en 1981 y 1982. [A propósito, quisiera mencionar que a los testimonios clásicos (por oficialistas) de la Nicaragua sandinista, “Somos millones…”: la vida de Doris María, combatiente nicaragüense (1977), de Doris Tijerino (y Margaret Randall); La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1982) de Omar Cabezas; y La paciente impaciencia (1989) de Tomás Borge, habría que añadir un libro titulado Ráfaga: The Life Story of a Nicaraguan Miskito Comandante (1992), de Reynaldo Reyes (con Judy Wilson). Da otro punto de vista, disidente, desconcertante, pero complementa de alguna manera la novela de Erick Blandón].

Por su parte Ed Hood nos ha dado un panorama sintético y paradigmático de la novela testimonial centroamericana, comentando obras de Longino Becerra, Manlio Argueta—probablemente el novelista de orientación testimonial más conocido de Centroamérica—y Mario Roberto Morales. En cuanto a Mario Roberto, me parece justo reconocer que, desde el comienzo, su obra optó por la línea a la vez individual y generacional que también caracterizó a los jóvenes escritores de la Onda mexicana, sólo que él ha demostrado una perseverancia y una coherencia que sus contemporáneos mexicanos rápidamente perdieron. En este sentido podemos decir que toda su obra ha buscado constituirse en testimonio, no solamente de una persona sino de una generación especialmente significativa—aunque sin querer representarla, como él aclara insistentemente en sus páginas finales. Irónicamente, Señores bajo los árboles, el libro que él designa “testinovela” (Los que se fueron por la libre es un “testifolletín”), es el menos testimonial de todas sus obras aunque también el más documental. Semejantes distinciones, necesarias sin duda, me sugieren no obstante que muchas discusiones sobre testimonio y ficción en los últimos quince años han dedicado mucho tiempo a peleas en gran medida improductivas sobre ángeles y alfileres. La verdad es que hay novela, hay autobiografía y hay historia, y estas formas narrativas se han entrelazado de muchas manera desde los comienzos de la escritura y seguirán haciéndolo hasta su final; todo lo demás es contingencia. Hay que reconocer sin embargo que la narrativa centroamericana contemporánea es laboratorio privilegiado para investigar las hibridaciones del fenómeno.

Ed Hood se pregunta en la conclusión de su lúcido análisis si el testimonio seguirá influyendo en los novelistas contemporáneos y futuros de Centroamérica. Si la pregunta se formula de otra manera, es decir, si nos preguntamos si la historia seguirá condicionando el desarrollo de la ficción narrativa en Centroamérica de una manera más directa que en otras regiones del mundo, me parece que no cabe duda. Se han firmado tratados de paz pero la mayoría de las circunstancias que dieron lugar a las guerras siguen en pie y se necesita mucho optimismo para pensar que esas circunstancias pueden evaporarse en los próximos años.

 Mientras tanto, Vuelo de cuervos y Los que se fueron por la libre nos recuerdan que hay cierto parentesco entre el testimonio y la novela picaresca. Ambos son géneros que involucran los de abajo, los llamados subalternos de siempre o los que han sido subalternizados por la injusticia. En la primera etapa de su experiencia guerrillera, Mario Roberto confiesa que realmente no sabía lo que hacía, que no sabía lo que pasaba y que su motivación inicial era bastante novelesca y desinformada: por ejemplo, “yo ni siquiera leía el periódico y no estaba muy enterado de lo que ocurría en el país” (p. 11). O también: “En fin: yo no atinaba” (p. 17). Y nuevamente: “Yo—y como yo, muchos—era un militante de la guerrilla urbana que no sabía nada de lo que pasaba en los círculos de poder de la izquierda” (p. 20).

En la segunda etapa de su militancia, ya comprende lo que hace pero la vida sigue reservándole sorpresas brutales. Innumerables veces emplea frases tipo, “No sabía yo entonces…”, “No podía imaginarme que tiempo después…”, “Lejos estaba en ese momento de pensar…”, etc., etc. Mario Roberto Morales, entonces, protagonista picaresco reformado y redimido, resulta víctima no solamente del destino, como todos nosotros—y más que nunca en un momento en que todos ejemplificamos la ironía de los simulacros posmodernos, “después de la orgía” (Baudrillard)—sino de las fragmentaciones y las contradicciones internas de los movimientos de izquierda. Su narración nos proporciona un testimonio sobrio y modesto, estoico y conmovedor, de las peripecias de una vida dedicada a los ideales revolucionarios en tiempos difíciles y sombríos.

Semejante es el caso de Erick. Su alter ego—naturalmente ya sé que es muy vulgar hablar en estos términos y además el prefacio de su novela nos advierte expresamente no hacerlo—su alter ego Laborío se venga de los coroneles y subcomandantes escribiendo la historia que ellos pensaban que era incapaz de producir; y termina citando como justificación propia el más famoso de los textos picarescos latinoamericanos, El Periquillo Sarniento, la historia de otro ingenuo que triunfó sobre los que se preciaban de autoridades y sabelotodos ilustrados.

Según Mario o Roberto Morales, “la más reciente escritura de narraciones testimoniales desconstructivas y paródicas obedecen al fin de cierta literatura [la que conformaba imaginarios nacionales e identidades diversas… cuando la cultura letrada era el medio de comunicación por excelencia] y a la atomización de las izquierdas que provocó la crisis del vanguardismo revolucionario y la caída en desgracia de sus prohombres”. Según él, no sólo los prohombres, también los escritores dejan de ser fundadores de pueblos y conductores de naciones: hoy en día el escritor tiene que pensar, muy conscientemente, si quiere insertar su producto en el mercado para introducir allí mensajes individuales de conciencia crítica o si quiere cerrarse en “una dulce élite clandestina que practique la literatura en secreto esperando mejores tiempos de la humanidad”.

Ensayando una respuesta, quiero señalar una paradoja que estaba discutiendo hace una semana con los estudiantes en Pittsburgh. Más o menos desde la época del llamado Boom, la crítica antes designada literaria, ahora crítica cultural o bien “teoría” no más (“Theory”)—básicamente el posestructuralismo—ha sido más ferozmente radical y más ilegible o indescifrable que cualquiera de los textos literarios que han aparecido durante la misma época. Cuando yo estudié literatura en los años 60, los textos críticos que leíamos eran mucho más fáciles de asimilar que las obras de Joyce, Eliot o Virginia Woolf que dichos textos críticos explicaban. Eso era: una crítica explicativa, aclaratoria, interpretativa. Hoy, sin embargo, es al revés: incluso textos como Rayuela, Paradiso, Yo el Supremo o Lumpérica son mucho más “fáciles” que, por ejemplo, la obra de Derrida, Lacan o sus discípulos latinoamericanos o latinoamericanistas. No ha de sorprendernos, quizás, enfrentada con esta realidad, el hecho de que una corriente importante de la narrativa latinoamericana haya tomado la ruta de la transparencia y la accesibilidad recomendada por muchos novelistas del llamado “post-Boom”, entre ellos Mario Roberto. Un ejemplo dramático de lo que señalo es, precisamente, el contraste entre el fenómeno del testimonio centroamericano en su desnudez comunicativa y la extraordinaria sofisticación de la crítica que ha suscitado.

Otro punto: en aquella época mencionada—los 60—había mucha política y muy poca teoría literaria. Ahora hay muchísima teoría literaria y cultural y muy poca política. Es otra paradoja que valdría la pena explorar.

Dicho lo cual, me parece que la literatura que se escribe actualmente es una literatura tan fuertemente marcada por su contexto histórico como las literaturas del pasado. Pasó la época del Boom y ya no tiene sentido escribir como se escribía en 1967, hecho reconocido por todos los miembros de aquel fenómeno, aunque a sus críticos no siempre les gusta reconocerlo. Pero la literatura sigue siendo el lado subjetivo de la historia, la vida privada de las naciones que dijo Balzac, y por ahora estamos en otra fase evolutiva de la subjetividad de Occidente. (De lo cual se infiere—dicho sea entre paréntesis—que no siempre se escribirá una literatura paródica o carnavalesca posmodernista, aparte del hecho de que ni la parodia ni el espíritu carnavalesco son invenciones de finales del siglo veinte).

Todo esto lo señalo porque me parece que muchas veces se olvida que en la época en que, supuestamente, la literatura gozaba de más autoridad e influencia, no existía la simbiosis que existe actualmente entre literatura y crítica en la academia y que de alguna manera subyace la nueva situación en que, como lo dice Mario Roberto, “el escritor pasa a ser una pieza más en vastísimos engranajes de confección de discursos masivos”. Pero esto yo lo veo como una enorme expansión de la influencia de lo que antes se llamaba literatura. Por una parte, pues, yo pienso que la crítica reciente ha exagerado no solamente la arrogancia y presunción de los escritores latinoamericanos de los últimos dos siglos sino también su importancia real; y lo ha hecho, irónica y pérfidamente, para aumentar su propia importancia como críticos de dichos escritores, en ambos sentidos de la palabra. Academic critics want to have it both ways!... En resumen, pienso que la importancia real de la literatura, a diferencia de la de los escritores, sigue siendo fundamental en la actualidad—es la base de casi todo el reino de los mensajes simbólicos—y seguirá siéndolo para muchos siglos todavía. El guionista más exitoso de Hollywood estos últimos años es, sin duda y aunque no nos guste, William Shakespeare, seguido muy de cerca por Jane Austen. Y Homero está detrás de todas las odiseas apocalíptica de nuestra actual ciencia-ficción. Todo es cuestión de óptica.

Es por esta razón que yo, relativamente pesimista en el reino político, por lo menos a corto y a mediano plazo, nunca he sentido el menor desconsuelo con respecto al futuro de la literatura. Creo que Mario Roberto, mi compañero de generación, ha sido levemente infectado por sus experiencias en la academia pero que no es para tanto—El ángel de la retaguardia y Los que se fueron por la libre son la prueba de su resistencia incluso a las ideas más apocalípticas de los culturalistas. Literature is safe in his hands and so are his students in Iowa. En cuanto a Erick, recién se está exponiendo a los peligros del intercambio entre Literatura y Cultural Studies pero Vuelo de cuervos me convence de que sabrá resistir las presiones de los prohombres y mujeres de Pittsburgh. (entre los cuales me incluyo). De todas formas, a pesar de nuestras diferencias ideológicas y estéticas, Mario Roberto y Erick son la demostración más convincente de una parte implícita de la tesis de aquél, a saber, de que la narrativa centroamericana está en uno de sus grandes momentos coyunturales y puede estarse acercando a un momento de extraordinaria creatividad. Dodo dixit.

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